martes, 11 de abril de 2017

Cubículo

En un lóbrego departamento, vive Eugenio, es 14 de julio de 2150.
Un problema de estas épocas, es la terrible enfermedad que asola desde hace un tiempo: la alienación.
Es la peor de las enfermedades; los problemas mentales, perduran, mutan, crecen y arrasan.
La gente pasa sus días trabajando, y el resto del tiempo, visitando virtualmente a sus familiares y amigos, los más chicos juegan con la realidad virtual y con juegos holográficos. Casi nadie sale de su casa.
Es normal vivir solo en un cubículo de cemento y hierro, con aire acondicionado, y oxígeno que provee el Estado, no se puede salir al exterior, la última guerra química, devastó todo, y contaminó el aire.
Tan solo quedaron pocas ciudades, en las cuales la población se centralizó en estos patéticos rascacielos, de hasta trescientos pisos; herméticamente cerrados.
En ellos, hay hospitales, supermercados, plazas, y todo aquello que sea propio de una comunidad.
El caso de Eugenio es llamativo, porque nunca se acostumbró a esta vida, a pesar de que nació después de la guerra, y no ha vivido en el exterior antes de este desastre.
Pasa sus días corriendo en las horas libres, le gusta mucho el deporte, y trabaja en una empresa de energía solar, la cual está desarrollando un domo con aire purificado, para poder recuperar lugares perdidos.
Está de novio con Amalia, ella vive en otro edificio, hace poco que se conocen, y están iniciando una relación que parece prometedora. Ella es profesora de historia, y también le gusta correr, así se conocieron, en la plaza de uno de los edificios.
En momentos de reflexión, él parece trasladarse a otro sitio, llega a un profundo estado de concentración que lo hace viajar.
Ahí, se abre espiritualmente, deja que la imaginación y el placer,  invadan su conciencia. Se regocija con lo imaginado.
Añora que un día todo vuelva a ser normal, que pueda caminar fuera de donde vive, beber el agua del río, recostarse bajo un árbol.
Una mañana, de su día no laborable, muy temprano, acongojado y estrepitosamente alterado por el encierro, toma la decisión de irse, de salir. Es ese momento en el que uno no evalúa lo que posee, o lo que deja atrás, y drásticamente piensa con el impulso ilusorio de la irracionalidad, de la visceralidad de inquietudes venturosas que empujan por años para atravesar las capas de la mente; esta determinación excluía a Amalia, su trabajo, y su inquietante vida.
Viola la seguridad, y logra abrir las tres puertas que lo separan del exterior.
Corre velozmente y se interna en el bosque.
El veneno del aire tarda unas cuatro horas en hacer su efecto mortal.
Desesperado busca el río, con esas ansias con las que un esclavo, advirtiendo que puede escapar de su calvario, tiene a su alcance la libertad; para sorpresa de él, encuentra cerca del agua, un perra a punto de parir, este animal tenía deformaciones en su cuerpo, había estado expuesto a la radiación quién sabe por cuánto tiempo, se queda atónito frente a ella, con una sensación de vacilación y nerviosidad.
Sabiendo del tiempo restante, decide quedarse con el pobre animal, y al cabo de un par de horas, nacen cuatro cachorros.
El nacimiento de un perro, es una de las maravillas de la naturaleza, pero la conmoción para él fué tan grande, que la perplejidad se hizo piel, en persona era testigo de este fenómeno, porque únicamente lo había visto en frías imágenes digitales.
Recostado, permaneció junto a los animales, y ya sin fuerzas, casi sin poder respirar, los ojos le quedaron abiertos, enrojecidos, y llenos de lágrimas.

Observando el disturbio